Asociación de Fibrosis Quística | Lo mejor es enemigo de lo bueno
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Lo mejor es enemigo de lo bueno

JUAN BARRACHINA. PSICÓLOGO FQ CASTELLÓN

juan 001Hace aproximadamente un año tuve mi primera toma de contacto con la Asociación de Fibrosis Quística de la Comunidad Valenciana. Desde entonces y, poco a poco, he ido conociendo lo que supone convivir con la Fibrosis Quística, aprendiendo de todo lo que me han aportado las personas con las que he ido teniendo contacto hasta hoy.

Espero y deseo que esta andadura continúe, y poder aportar parte de mi experiencia a las personas afectadas y a sus familiares, aunque solo sea un granito de arena.

Tan solo me gustaría agradecer a la Asociación, la confianza depositada en mí para atender a las personas interesadas en la provincia de Castellón y, animar a quién considere que lo pueda necesitar, o quién desee proponer alguna cuestión en la que pueda ayudar a mejorar cuestiones relacionales o psicológicas, a contactar conmigo a través del teléfono 667 622 651 o barrachinajuan@gmail.com


LO MEJOR ES ENEMIGO DE LO BUENO

En principio todas las personas tendemos a actuar de la mejor manera posible entre todas las alternativas que disponemos para obtener en todos los ámbitos de nuestra vida y en términos generales “lo mejor”, “lo perfecto”, “aquello que mejor se adecua a nuestras posibilidades y expectativas”. Comportamientos o actitudes derivadas de una combinación entre la educación recibida y una tendencia hacia la satisfacción de nuestras necesidades.

Si nos trasladamos al plano de las relaciones personales es difícil encontrar un consenso sobre qué es “lo mejor”, “lo perfecto”. Bien es cierto que existen consensos generales y socialmente aceptados sobre unos mínimos de convivencia, pero la cuestión se complica si tratamos de analizarla desde la idiosincrasia de los distintos miembros de grupos más pequeños como puede ser una familia, como por ejemplo, en las cuestiones relacionadas con la educación de los hijos.

exceso-de-perfeccionComo comentaba, en principio parece que aspirar a “lo perfecto”, puede parecernos natural e incluso necesario para no estancarnos, para progresar o para ofrecer (nos) un estatus, bien sea profesional, personal, familiar, social…., puede que cierta dosis de perfeccionismo pueda suponer un pequeño impulso para no conformarnos y aspirar a cambiar el presente, sea como fuere el mismo.

Suele ser habitual que una compañera del perfeccionismo sea la (auto) exigencia. Otra cualidad que en principio puede ser de ayuda para cambiar lo que deseemos. Todo esto no tiene porqué suponer un problema siempre y cuando nos ayude a sentirnos satisfechos en los distintos niveles de nuestra esfera relacional. Sin embargo, si no tomamos ciertas precauciones para equilibrar la balanza; el perfeccionismo y la (auto) exigencia pueden contribuir en gran medida a vivir con una sensación continua de malestar personal, de poca valía y de insatisfacción, ya que, volvamos a la pregunta inicial ¿Qué es “perfecto”? ¿Qué algo sea ”perfecto” es lo mismo que sea ”lo mejor”?
Parece que el perfeccionismo nos lleva a querer lo mejor. Aún así, ¿”lo mejor” para uno mismo es “lo mejor” para los demás?, si nos situamos en el plano familiar y/o relacional puede que la cuestión se vuelva un tanto más complicada porque ¿qué ocurre si no existe un consenso firme sobre qué es “lo mejor” en cuanto a la educación de los hijos? ¿debe existir ese consenso?¿Qué ocurre si el concepto de perfección difiere entre lo que espera un padre de una madre? ¿Qué ocurre si uno espera del otro el mismo nivel de implicación en una determinada cuestión? la cuestión no es fácil cuando el nivel de (auto) exigencia nos hace dar por supuesto que el resto de miembros de la familia deberían saber qué hacer y cómo responder en un momento dado, y esto no ocurre.

En circunstancias de este tipo el nivel de frustración que puede llegar a experimentar el miembro de la familia más exigente, más perfeccionista, puede ser muy elevado, sobre todo si añadimos pequeñas dosis de rigidez, entendiéndola como la sensación de que si no se hacen las cosas exactamente como uno espera, no están bien, no son “perfectas”, “no es lo mejor”.

De la misma manera, ¿qué ocurre cuando la vida nos sitúa en escenarios no esperados, o no deseados? ¿deja de ser “perfecta”?; ¿qué ocurre cuando nuestros hijos no siguen la senda de nuestras expectativas? ¿dejan de ser “perfectos”?, o ¿tal vez seamos nosotros los que no hemos sido “perfectos” en su educación?, ¿tal vez hayamos fallado?, ¿en qué?, y también ¿no es posible que “el exigente”, “el perfeccionista”, esté exigiendo a los demás que satisfagan sus propias necesidades sin tener en cuenta las de los demás, teniendo siempre en su punto de mira la bandera de lo que considera como “mejor”,
“perfecto” para él mismo?.

Evidentemente, un padre, una madre, una persona que se encuentre en este tipo de encrucijada, puede experimentar ansiedad, rabia e incomprensión, por citar algunos de los sentimientos posibles. Sentimientos tal vez, relacionados con el “miedo a…”. Sentimientos que por otra parte no son compañeros de una autoestima saludable y que pueden llevar a que el padre o la madre envuelto en esta dinámica enjuicie y etiquete a sus hijos, responsabilizándoles (sin mala intención, sin darse cuenta) de sus propias necesidades y perdiendo de vista las de sus hijos. De esta forma, las relaciones envueltas en esta dinámica, pueden volverse tensas, insatisfactorias e incluso culpabilizadoras, y por ende, qué repercusiones van a tener sobre cada individuo del núcleo familiar, sobre todo si hablamos de los más pequeños. ¿Cómo aprenden a solucionar los problemas?, ¿cómo saben si cumplen con las expectativas?, ¿realmente se les está ofreciendo un modelo de proximidad? ¿se les está ofreciendo un modelo de seguridad? ¿o más bien lo que pueden llegar a experimentar es miedo a “no cumplir”? ¿qué es “lo correcto”? ¿hacer “las cosas” para no defraudar, para no decepcionar, para evitar un castigo? ¿o hacerlas porque es bueno para la salud o para mantener un nivel de satisfacción personal saludable?, una vez más ¿qué es “lo mejor”?.

Todas estas cuestiones son importantes porque afectan también a la autoestima, y ésta a su vez a nuestra forma de relacionarnos, creándose una espiral que no nos ayuda a mejorar, cambiar aquello que no nos gusta, o que nos gusta pero consideramos que podría ser más adecuado de otra manera. Y no nos ayuda porque, en esta situación, nos centramos en lo que no funciona según lo que nosotros consideramos que “debería” ser, con lo que es posible que los demás, nuestros hijos, se vuelvan objeto de nuestra ira al no colmar ese “debería”.

Foto-blog-10-300x194Todo lo mencionado, ¿significa que debamos renunciar a nuestros deseos de “mejorar”? ¿Significa que debamos aceptar estoicamente “lo que tenemos”, “lo que nos ha tocado vivir”, “las circunstancias que no nos gustan” y dejar que pase la vida? Desde luego que no, nos puede ayudar a equilibrar el balance al que nos lleva el perfeccionismo introducir dosis de flexibilidad, de empatía, de coherencia, de asertividad, la minimización de nuestros prejuicios y de firmeza en nuestros planteamientos, firmeza entendida desde la aceptación, desde la integración del otro, de sus planteamientos y capacidades y no entendida desde la oposición al otro, a sus planteamientos. Tal vez no tengamos la pareja o los hijos que esperábamos, tal vez no cumplan con nuestras expectativas, con nuestros deseos, pero ello no significa que los debamos responsabilizar por ello. Tal vez no puedan, no sepan o incluso no quieran, porque ¿qué hay de sus necesidades, anhelos o demandas? ¿No es legítimo que las recojamos?.

Todas estas incógnitas nos mantienen constantemente en un baile relacional, en el que nadie puede marcar siempre sus propios pasos porque eso significa que el otro se puede quedar parado. Se trata de un baile en el que cedemos y ceden, y que acaba resultando en una escenografía equilibrada, “perfecta”, porque todos los que participan se mueven siguiendo un ritmo que a veces es más rápido y otras más lento, en el que se avanza y se retrocede, siempre en función de las necesidades de los participantes, que respetan y aceptan al otro.

Este baile no podría darse si el perfeccionismo, el anhelo de que sea “lo mejor”, nos lleva del todo a la nada, al pensamiento dicotómico, porque ello conllevaría parar la música, o a que siempre fuera la misma, y tal vez todo el mundo no la pueda seguir o no sepa bailarla. En nuestras relaciones cotidianas, realizamos estos “movimientos” compensatorios de forma natural y espontánea. Sin embargo, en ocasiones, en nuestras relaciones más íntimas y significativas, nos aferramos a actitudes perfeccionistas y (auto) exigentes, como mecanismo para re-validar nuestras expectativas o minimizar nuestros miedos a “no hacerlo bien”. Este es un buen momento para pararse, recordar nuestros valores, incluso redefinirlos tal vez, reflexionar si nuestra forma de actuar es coherente con los mismos y si nos ayuda a transmitirlos como tales, es un buen momento para recuperar el sentido lúdico de nuestra existencia para disfrutar de relaciones plenas, tanto con los demás como con uno mismo, para “bajar el listón” y disfrutar del presente, de lo que es, que es lo que tenemos, y no de constructos que deberían ser o deberían haber sido, puesto que solamente desde la toma de conciencia y la aceptación, podremos realizar los cambios anhelados.

Lo mejor es enemigo de lo bueno, dicen. Hace unos años pude tener la oportunidad de trabajar en la coordinación de un Centro de Día de enfermos de Alzheimer y otras demencias. Con la perspectiva que ofrece el tiempo, ahora creo entender lo que me decía un compañero (el médico del Centro) en momentos de confusión; me decía que su máxima aspiración en la vida era ser mediocre…. Tal vez el perfeccionismo tenga que ver con ello…

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